Tras admitir que los árabes israelíes “prefieren la seguridad de una democracia israelí imperfecta” a la que puedan vivir en los territorios palestinos, incluso formado bajo un eventual –y esperemos que cercano– estado, Bronner cuestiona la necesidad de calificar a Israel como un “estado judío” y el perjuicio que tal denominación ocasiona, a su juicio, en la coexistencia.
Para ello, se hace eco de la voz de un periodista árabe de ciudadanía israelí, quien sostiene “¿Cómo voy a poder formar parte de un Estado judío? Si definen esto como un estado judío me están negando que esté yo aquí?”. Con este argumento, Bronner parece dar a entender la existencia de una suerte de “fundamentalismo judío” en Israel que impediría el normal desarrollo de la vida de los árabes en la entidad.
De manera similar, el domingo 18 de mayo, el diario Últimas Noticias publicó un artículo de opinión titulado Oh, Jerusalén, en el que su autor se refería al “sometimiento policial de una gran minoría, como es la población palestina” por parte de Israel, a la vez que también se refería, explícitamente, a un “fundamentalismo judío” que, a su juicio, está paralizando al país.
Se trata de una afirmación que, además de osada, es fácilmente desmontable con un sencillo análisis de la relación entre Israel como entidad política y secular y la minoría árabe del país.
La Knesset es una clara muestra de esta relación. Aparte de los partidos ultraconservadores (que siempre han sido minoría en Israel), la tolda de Ehud Olmert, Kadima, cuenta con 19 escaños en el Parlamento. Mientras tanto, tres partidos que conforman el Parlamento pueden ser tildados de proárabes: la Lista Árabe Unida, Jadash (partido de izquierda antisionista) y Balad. Estas tres organizaciones acumulan 17 curules, solamente dos menos que el partido gobernante, un privilegio impensable para las minorías judías en naciones como Irán o Pakistán, en cuyo nombre oficial ostentan los términos de “República Islámica”.
Esta calificación religiosa lleva a una segunda reflexión. Más allá del derecho de Israel a definirse como un Estado judío (así como Irán y Pakistán se denominan repúblicas islámicas), tal definición obedece más a una tradición histórica que a la praxis política del país. Al contrario de los países definidos políticamente como islámicos –que, por ejemplo, emplean la Sharia como máxima legislación civil– Israel ha logrado mantenerse como un estado secular, a despecho, incluso, de la ultraortodoxia judía del país.
A despecho de los judíos ultraortodoxos,
Israel se ha definido desde 1948 como un estado secular
Un análisis aún más generoso de este hecho puede arrojar que el calificativo de “judío” para Israel es lo que precisamente ha hecho de él una nación pluricultural, pues esa esencia de “ciudadano universal” del judío de la Diáspora (que el antisemitismo decimonónico trató de desdibujar en el caricaturesco “judío errante”) fue trasmitida de los pioneros sionistas a la conformación del Estado en 1948.
Israel se convirtió en un estado multiétnico, en el que esa “identidad judía”, no se manifiesta en una adhesión particular al judaísmo como política de Estado. Muy por el contrario, puede afirmarse incluso que la esencia cosmopolita que caracterizó a la Diáspora judía caló en Israel y convirtió a ese país en lo que es hoy: una confluencia de culturas que, dentro de la unicidad de un Estado, es clara muestra (y única en todo el contexto de Oriente Medio) de que la coexistencia entre árabes e israelíes es posible en un gobierno democrático, con igualdad de las personas ante la ley, como lo han entendido los árabes que prefieren la "democracia imperfecta" israelí antes que el fundamentalismo de las naciones vecinas.
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