Las declaraciones del negacionista Ahmadinejad, paradójicamente el presidente de una cumbre sobre racismo, no fueron sorpresa. Ha seguido una misma línea de confrontación abierta contra Occidente y, particularmente, contra la representación de ese Occidente en un retrógrado Oriente Medio, como lo es Israel. Sus calificativos hacia el estado hebreo como un "estado racista", etc., no son, por ende, algo que no se debe esperar.
Tampoco debe sorprender la reacción de los países que se retiraron de la Conferencia. Aparte de los nueve que decidieron desde un principio no participar en ese circo antioccidental e islamofílico que es la II Conferencia de Durban (Israel, EE UU, Canadá, Italia, Australia, Holanda, Polonia, Nueva Zelanda y Alemania), otro importante grupo de naciones occidentales, entre ellos Dinamarca, que ha combatido la islamización europea con libertad de expresión y Francia, que cumplió su promesa de retirarse si el foro se convertía en lo que prometía convertirse, se retiraron en medio de la verborrea del mandatario iraní.
Más que quienes se fueron del salón en que se celebra la cumbre de Ginebra, es necesario resaltar quienes se quedaron, en especial dos de los casos que más decepción pueden generar.
El primero de ellos fue la representación en la conferencia de la Santa Sede que, según confirmó el vocero Angelo Lombardi no abandonó la sala, lo que causó una nueva tirantez entre el Vaticano y la comunidad judía mundial, aún más luego de que el propio papa Benedicto XVI calificara la iniciativa como "muy importante".

como hicieron tantas otras delegaciones.
Muy por el contrario, la principal crítica de Ban fue contra quienes criticaron y finalmente decidieron boicotear esta parafernalia "antirracista".