
Con el ritual de Eid-Al Adha, culmina hoy el Haj, una de las festividades más sagradas del calendario musulmán, que constituye, incluso, uno de los cinco pilares fundamentales de la práctica del Islam.
De acuerdo con la tradición, durante esta festividad se conmemora la peregrinación del profeta Mahoma desde la ciudad de La Meca, en Arabia Saudí, hasta el monte Arafat, 15 kilómetros a las afueras de esa ciudad. Para conmemorar el evento, miles de musulmanes realizan ese peregrinaje anualmente, que debe ser realizado, según la religiosidad islámica, por todos los musulmanes que tengan la oportunidad, al menos una vez en su vida.
Sin embargo, cientos de musulmanes que habitan la zona de Gaza no podrán cumplir, aunque quieran, este precepto en esta oportunidad. ¿La razón? La soberbia del movimiento terrorista Hamás que, aún calificándose de islámico, viola los derechos de sus correligionarios por capricho político.
Según reseñó el fin de semana la agencia Reuters, el gobierno saudí emitió visas para todos los palestinos musulmanes inscritos bajo la Autoridad Palestina, cuyo gobierno reconocido es el presidido por el partido Fatah y su cabeza, Mahmoud Abbas (Abu Mazen). El gobierno de Mazen, que pareciera impulsar la creación de un estado palestino esencialmente secular –contrario a las pretensiones de movimientos como Hamás que buscan la creación de un estado islámico, similar a Pakistán o Irán– ha comprendido la necesidad de sus correligionarios y ha facilitado el tránsito a los palestinos hasta la ciudad santa de La Meca.
Arabia Saudí, por su parte, no permitió la emisión de permisos a los 3000 habitantes palestinos de la franja de Gaza, que se encuentra controlada por Hamás y distanciada del gobierno palestino. Esto provocó la ira del movimiento integrista que, en represalia, impidió la salidad de los peregrinos desde Gaza, al instaurar puntos de control policial en la frontera con Egipto, ´país a partir del cual empieza la peregrinación desde esa zona.
Este hecho obliga a reflexionar acerca de las relaciones entre gobierno y religión en una zona como la del Medio Oriente. Además de desenmascarar al Hamás –pues demuestra lo falso de su fachada de ultra religiosidad– es una oportunidad para preguntarse acerca de la importancia de que el gobierno que se establezca en el eventual y futuro estado palestino sea laico y secular, como ya lo es el de su vecino estado de Israel.
¿De dónde provino la buena voluntad para el viaje de los fieles musulmanes habitantes en la Autoridad palestina? No fue de Hamás, que pregona la necesidad de que el palestino sea un estado islámico y aseguran defender la fe en Mahoma, sino de Fatah, un partido moderado y laico que, como tal, defiende la libertad religiosa de sus militantes y correligionarios.
Así, cabe concluir que la secularidad de Fatah, además de facilitar las negociaciones, convendrá a mediano plazo no solamente a unas mejores relaciones entre israelíes y palestinos, sino a la concreción de un estado palestino moderno que, aunque pueda nutrirse de ciertas ideas del pensamiento islámico (pues su origen será innegable), haga propios los valores de la democracia y libertad patentes en las relaciones internacionales contemporáneas
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