
Quienes recibimos y reprodujimos por diferentes vías (correo electrónico, Twitter, Facebook, teléfono, etc.) la invitación del Espacio Anna Frank fuimos con la convicción, como después se nos reiteró al inicio del evento, de no estar asistiendo simplemente a un recital de cuerdas con varios temas de compositores judíos contemporáneos. Lo que presenciábamos era una nueva forma de recordación, tan válida como cualquier rezo o acto conmemorativo, y además mucho más pertinente. Esos modos menores, arpegios y escalas de George Perlman,Mark Warshawsky y esas esas melodías evocadoras de Imágenes de la vida jasídica de Ernest Bloch, solemnes y melancólicas, que los jóvenes talentos ejecutaron en sus violines, violas y violonchelos, recordaban a quienes en circunstancias tanto más dolorosas también tuvieron que tocar, muchas veces obligados por el terror, y otras, como su propia forma de escapar de ese terror a través de sus pequeños instrumentos.

Honraban, en fin, una forma de resistir y, en muchos casos, de sobrevivir, tan válida como cualquier otra: la consagración de la vida a través de la música. Vaya un homenaje y mi agradecimiento y reconocimiento al Espacio Anna Frank por esta iniciativa, en vísperas del Día Internacional de la Conmemoración de la Shoá (27 de enero)
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